Donald Trump

Amo mi chamba. Si, mis compañeras de trabajo me tratan de volver esquizofrénica como cuando le digo a una que ya no la voy a acosar sexualmente porque luego se me viaja y a los 5 minutos ya se me está alineando y me dice que extraña que la acose. Y si, a veces me pegan los nervous breakdowns porque me dan diezmil mesas a la vez y siento que no voy a poder y que mi banda me va a dejar notitas de que soy pésima, pésima. Y claro, cómo olvidar las veces que batitos me dejan números de teléfono después de fijar su mirada en mis pechugas durante horas enteras.

Peeeeroooo.. gano más varo que Dios. Gracias a noches como hoy, próximamente me voy a comprar una isla en la costa de Brazil. Y no voy a invitar a nadie. Tal vez a Shakira. O a Lucero (si, vi los Grammys Latinos y lo acepto).

Amo, amo, amo echar la chamba. Lo amo. Echo muchísimo el rock en el restorán y les hago unos chistes bien tetos a mis mesas pero, como lo de los gringos es ser tetos, pues se rien sin control y me regalan todo su dinero.

Ya quiero que sea cerca de Navidá para decirles "Japi Jolideis" y que se rayen. Y quiero que pegue mamón la temporada alta para que vaya el ñor que canta con su guitarrita y echarme unos "cucurrucucú"´s y que me aplauda la banda. Soy una diosa.